viernes, 11 de abril de 2008

Olvido

Se alejó perturbado de aquel sombrío lugar. No sabía a donde iría, ni de donde sacaría dinero. No le importaba.
Con pasos silenciosos se marcho hacia el olvido, y también hacia el nuevo descubrimiento. Sintió el frío de la noche en los huesos y el calor que el alcohol inyectaba en sus venas. Se dejo llevar hacia lo más oscuro de la sociedad. A antros húmedos y oscuros donde nada es lo que parece ser.
La última vez que lo vi, con la ropa sucia y destruida, fue una noche en una calle de Pompeya. Era de esas noches incomoda, con ráfagas de viento y constantes amenazas de tormenta. Él olía a alcohol y a tristeza. Se le veía en los ojos, oscuros y vidriosos, húmedos de melancolía.
Lo salude, intentando invocarme en su memoria. No esperaba respuestas. Quizás solo el sonido de su voz.
Casi de ultratumba dijo -he olvidado todo, mi nombre, mi pasado, mi vida, si fui feliz o si tuve algo. Mas nada encontré en el olvido.
No me anime a contestarle, porque no entendí del todo lo que me decía. Asentí con la cabeza y seguí caminando, tratando de digerir y entender, ya de una vez por todas a la miseria humana.
Había sido compañero de la primaria y la secundaria. Amigos casuales en esa prisión blanda. Pasaron los años y el destino, o las decisiones que tomamos a lo largo de la vida, nos fueron alejando.
Yo me dedique a la literatura, oficio bohemio si los hay y el empezó de mas abajo. Trabajó como ayudante de carpintero, con un Tano hijo de puta, como le gustaba decir, que si tenia que pagarle 3, le daba 1.
Se deslomó, día tras día, pero no se rindió, jamás. Dejó al Tano, y empezó a trabajar como cadete en una farmacia. Le empezó a gustar eso de los químicos. Mezclas de sustancias elementales, capaces de casi cualquier cosa: remedios, venenos, sustancias nuevas y extrañas.
Empezó a estudiar y rápidamente se recibió de técnico químico. Pero no conforme con eso, siguió mas lejos, estudiando una licenciatura.
Cuando cayó en la cuenta tenia treinta y dos años, y era soltero. Se busco una mina, cualquiera, una que ocupara el espacio de esposa que el necesitaba llenar. Y la encontró, vaya uno a saber en donde. Ella lo quería, pero el, lento y tosco, jamás conoció el amor. No la trataba mal, pero le faltaba interés en la pareja.
Puso su empeño en la investigación, en hallar nuevas teorías, que lo llevasen a la historia, y quizás hasta un poco más allá, quien sabe un Nóbel. Pero fue demasiado ambicioso. Tanto que un día, ansioso y desesperado por encontrar ese descubrimiento para ser salvado, algo salio mal.
Estaba mezclando sustancias sintetizadas, con los mayores cuidados, pero de golpe se sintió mareado. Pensó que quizás una perdida de gas cloro o algo así lo había afectado. Como pudo salio a la calle y se tomo un taxi. Todo se le iba volviendo difuso. Las calles y avenidas se quedaban atrás y desaparecían. De pronto vio una puerta, que reconoció como propia. Paro al taxi, le pago con un billete de 50 y le regalo el vuelto. Golpeo la puerta, que unos instantes después se abrió.
Adentro se sintió rodeado por el gris. Escucho gritos, golpes y de pronto todo se desvaneció.
Despertó tirado en el piso, sin entender demasiado. Vio un rostro junto a el y la reconoció; sintió miedo.
No podía hacer otra cosa. Abrió la puerta y se alejo.



Joaquin Sorianello
10/04/2008